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jueves, 13 de julio de 2017

Leyenda la Mano Peluda

Leyenda la Mano Peluda

CorrĂ­a el año 1908 en la ciudad de Puebla, y los llamados “montepĂ­os” (casas de empeño) abundaban y proliferaban bajo el ala indiferente y corrupta —las autoridades se llevaban parte de las ganancias de los montepĂ­os— del gobierno de Porfirio DĂ­az.

No era un hecho sorprendente, teniendo en cuenta que, si bien el Porfiriato representó una época de crecimiento económico, en la práctica ese crecimiento económico se veía ensombrecido por la injusticia social inherente a la enorme polarización (los pobres se empobrecían, los ricos se enriquecían, la clase media se estancaba) de las diversas clases sociales, cosa que a la larga habría de estallar en la subversión de la revolución.

Era en ese ambiente de injusticia que los usureros explotaban a sus clientes, tomando todo lo que podĂ­an de ellos cual egoĂ­stas sanguijuelas. Ropa, muebles, relicarios, vajillas de plata, joyas, incluso los juguetes de los inocentes niños: nada excluĂ­an sus manos codiciosas. Pero, entre esos usureros con mucho dinero y poca nobleza, destacaba uno al que casi todo el pueblo detestaba: el señor Villa, conocido como “Horta” entre los habitantes de la ciudad.

Horta era un tipo amargado, codicioso, avaro, materialista, extremadamente egoísta, un tipo que nunca tuvo piedad de sus clientes más desesperados o de los mendigos sedientos que le imploraban centavos con los labios resecos y la mirada carcomida por el sufrimiento. Era calvo, bajo de estatura, rechoncho como un cerdo, con las extremidades y el cuerpo repleto de abundante vello.

De actitud ostentosa, Horta adoraba llevar las manos repletas de gruesos anillos engarzados de piedras preciosas. La gente lo aborrecĂ­a tanto que a veces lo maldecĂ­an al pasar por su negocio; mas, como eran tan evidentes sus manos, la maldiciĂłn que estaba de moda era un: “¡QuĂ© Dios te seque la mano!”.

Pasaron asĂ­ los dĂ­as y en la memoria popular quedĂł grabada la imagen de Horta, sentado en su casa de cambio de la calle Merino, contando y apilando monedas de oro junto a la Gangosa, que era como le decĂ­an (por antipatĂ­a) a su mujer. Toda su vida fue un maldito avaro, pero un dĂ­a la muerte llegĂł; y, al parecer, Dios le secĂł la mano… O al menos eso se quiso hacer creer, para darle un castigo aunque sea despuĂ©s de muerto.

Fue asĂ­ que, segĂşn se cuenta, en el diario El Duende saliĂł publicada una noticia sobre la “Mano Negra”. Se trataba de la mano de Horta, a la cual se habĂ­a visto trepar por los muros del cementerio de San Francisco. La creencia de que la mano era de Horta se originĂł en una entrevista con un sepulturero que dijo haber visto a la mano, y que no era una mano cualquiera sino una mano grande, llena de vellos negros, y de anillos engarzados con gemas…

El asunto es que el suceso comenzĂł a repetirse y cada noche, a eso de las once, una mano negra (de lejos no se veĂ­an las joyas, solo la negra silueta) trepaba por los gruesos muros del camposanto. No era una cosa de este mundo: era una mano espectral, que ascendĂ­a sin caerse como propulsada por una oscura magia, que se movĂ­a tĂ©tricamente como una cruel tarántula, ansiosa por envolver en las redes del miedo o de la muerte al espantado testigo o a la incauta vĂ­ctima que, sin verle, no advierta su sigiloso desplazamiento por la tierra o los muros. Y es que, en un instante letal, la Mano Peluda saltarĂ­a sobre la presa o ascenderĂ­a por su ropa hasta llegar a su cara, donde con sus gruesos dedos le arrancarĂ­a los ojos para finalmente descender al cuello, estrangularlo, dejar el cadáver allĂ­ y volver —con teletransportaciĂłn o algĂşn otro mĂ©todo fantasmal— a su tumba, donde se reunirĂ­a con los demás despojos mortuorios.

SegĂşn la leyenda, la Mano Peluda siguiĂł viĂ©ndose durante un tiempo hasta que finalmente desapareciĂł (hoy nadie en Puebla dirá que la Mano Peluda sigue apareciendo…).

Nota: De esta leyenda hay varias versiones, esta es solo una de ellas.

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